RATA DE DOS PATAS

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Por José Díaz Madrigal

Hará cosa de 15 años más o menos, durante las fiestas de La Candelaria en Tecomán; que se presentó como una de las artistas estelares de esa feria, Paquita la del Barrio. Aureliano un buen amigo de aquí de Colima que hizo viaje especial para ver el espectáculo de ese día, platicaba que fue toda una noche bohemia, en que la cantante conectó con el público haciéndolos vibrar de emoción. Echando mano de un amplio repertorio, con temas cargados de despecho, desamor y abandono.

En el escenario la inconfundible intérprete, vestida de ropa con colores llamativos; alternaba sus canciones entre sorbo y sorbo de fragante Tequila, tomándolo a la pura forma juerguista, como de esos valedores que están ya curados de espanto, derecho y sin ninguna mezcla de refresco. Decía ella, esto se toma así para afinar la garganta. La noche prendida pasaba entre gritos de damas que la clamaban y los ladinos guacos de más de alguno que llevaba varios Tequilas entre pecho y espalda. Cerró aquella velada con la canción que Paquita llevó a la fama y, que tiene por título la presente columna.

Entre más intensidad le imprimía a los insultos que lleva la letra de esa canción, a la par de muchos Tequilas que se había tomado, que obviamente estaban surtiendo efecto en su imponente personalidad, además haciendo pucheros en la cara como queriendo llorar; las mujeres que la observaban más la ovacionaban.

La conexión emocional que hizo Paquita con el público aquella noche, fue sensacional. Con un impacto teatral y dramático, tal vez bien calculado por la artista que sabía perfectamente que era lo que le llegaba a la parte más sensible de la nutrida concurrencia.

Pero ¿por qué motivos nos enganchamos en temas musicales que llevan de trasfondo un resentimiento, respecto a una relación fallida o de plano por más que se le hizo la lucha por conseguir una nueva, no cuajó, no pudo ser? Acaso sea porque cierta parte escondida del sentir humano, queda atrapada en el deseo de que hubiera prendido la bonita ilusión de un amor, o por otro lado que se sufra la añoranza de una relación que se rompió.

Según algunos expertos, los momentos felices de alegría colectiva, sirven de terapia para sanar el corazón. Es una especie de fórmula mágica para sobrevivir al mal de amores, al despecho y la desilusión. En estos tiempos las personas entendemos que los sueños amorosos frustrados, que no se realizaron; o por otra parte lo doloroso que pudo ser una separación de pareja; ya no se viven con tristeza o nostalgia. Este tipo de situaciones -continúa el experto- se abordan con madurez, deshaciendo la ilusión del amor romántico, buscando caminos diferentes para salir del hoyo que significa el decaimiento emocional.

En ocasiones nos identificamos con la letra de esas canciones hasta el punto que se nos puede rodar una lagrimas. Pero al conectar con el entusiasmo grupal de otras gentes, se produce una liberación emocional, un resultado terapéutico que nos echa la mano para salir del negro bache, de una mala suerte pasajera.

Por eso es bueno reconocer etapas de duelo transitorias, caracterizadas de componentes tales como el llanto, la autovictimización, la rabia, la depresión, la aceptación y la reinvención como último jalón para salir adelante en el camino de la vida. Paquita conocía a su modo el método para tratar esos bajones emocionales. Con sus temas de enojo e indignación, ayudó a destensar conductas de ceguera y de obnubilación mental.

Paquita murió la semana pasada, dejando un hueco en ese género musical que le canta al despecho y el desamor. . . Descanse en paz.

*Las opiniones expresadas en este texto de opinión, son responsabilidad exclusiva del autor y no son atribuibles a CN COLIMANOTICIAS.