Por José Díaz Madrigal
Hubo un tiempo aquí en México, en que las diferencias entre políticos se resolvían a punta de balazos. Un caso que ilustra y tiene cierto parecido, pero con desenlace distinto a lo que se va a relatar al final de estas líneas, sucedió en la ciudad de México entre rivales políticos de un estado del sureste.
Cuando Tomás Garrido Canabal fue gobernador de Tabasco, inauguró lo que él mismo llamaba “Laboratorio de la Revolución”. Inició con el reparto agrario, por cierto con poco éxito debido a las condiciones selváticas de aquella región. Prohibió la venta de bebidas embriagantes y en el ámbito político, a todos sus adversarios al que no lo mataba, salía huyendo desterrado.
También llevó a cabo una intensa campaña para acabar con la religión de la gente. Fue un gobernante anticlerical y furioso contra el pueblo Católico. Garrido atacó con dureza a sacerdotes, persiguiendolos o matándolos. Clausuró todas las Iglesias de Tabasco, derribó muchos Templos y Prohibió el uso de la cruz en los cementerios.
Erradicar la creencia religiosa de los tabasqueños, se volvió una verdadera obsesión del gobernador. Las fiestas religiosas que se hacían en torno de las Parroquias, se acabaron. Por decreto cambió los nombres de pueblos y comunidades, que llevaran el nombre de algún Santo Católico y les puso nombres del panteón masón: Juárez, Obregón, Calles. A una hija de su hermana, le puso por nombre Luzbel, que es uno de los nombres como se le llama a Satanás.
Las imágenes religiosas eran amontonadas en plazas y jardines para su incineración. Los hogares eran allanados sin ninguna restricción, en busca de objetos y figuras de Santos y Crucifijos. Sí en alguna casa encontraban alguna de estas cosas, los dueños eran encarcelados.
Amado Pedrero era un fuerte adversario político de Garrido Canabal. Fue perseguido y tuvo que salir con rapidez a la ciudad de México, antes de que lo desapareciera. Pasados unos años, una vez que Canabal terminó su periodo de gobernador, éste le brincó al Senado de la República. Pedrero y un grupo de tabasqueños afectados por Garrido, comenzaron a cazar a su presa en la capital del país.
En una de las calles céntricas, no lejos de Palacio Nacional, le pusieron una emboscada, que de pura chiripada la libró de la muerte, pero mataron a tres de sus acompañantes. Garrido todo endemoniado, no se iba a quedar con la espina clavada. Junto a un grupo de matones, empezó a merodear la casa de Amado.
A Pedrero lo tenían bien ubicado, éste lo sabía perfectamente, de tal modo que siempre que tenía que salir de su domicilio, lo hacía de la mano de uno de sus hijos pequeños. Muchas veces los agresores lo vieron salir, pero siempre con el niño de la mano y para no poner en riesgo al muchachito, evitaron atacarlo. Sin embargo, cierto día tuvo que salir de urgencia, olvidando llevar su escudo protector, su hijo pequeño. Más le valía no haber salido. Los matones aprovecharon la ocasión y lo cocieron a balazos.
Lo que sucedió el miércoles pasado en Coquimatlán, no tiene madre. La niña que mataron los desalmados infanticidas, apenas tenía 5 años de edad. Ésta caminaba por la banqueta de la mano de su papá, que de hecho era el objetivo de los matones, pero éste entre el susto y la desesperación por evitar la agresión, corrió dejando a la niña sola; pensando quizás que a ella no le iba a pasar nada.
Que equivocado el razonamiento del papá. Los criminales no se anduvieron con miramientos, con perversa maldad le dispararon a la desprotegida niña en su pequeño cuerpecito, cayendo de inmediato ante las balas asesinas.
Ni el multiasesino y satánico de Garrido Canabal, que era un verdadero admirador del diablo; se atrevió a semejante canallada. Que no mató a Pedrero hasta que lo vió sólo, sin la compañía de su hijo pequeño. Ahora bien, sí Garrido era satánico ¿cómo se les puede decir a los que mataron a la niña de Coqui?
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