TAREA PÚBLICA

0

LOS ABUELOS, EL BUEN VINO

Por: Carlos Orozco Galeana

Hace diez meses, en Panamá, el Papa Francisco dijo en el Primer Congreso Latinoamericano de Pastoral Familiar que “en la familia la fe se mezcla con la leche materna”. La familia, a pesar de sus múltiples problemas,  es un ‘centro de amor’, donde reina la ley del respeto y de la comunión, capaz de resistir a los embates de la manipulación y de la dominación de los ‘centros de poder’ mundanos”.

“En el hogar familiar, la persona se integra natural y armónicamente en un grupo humano, superando la falsa oposición entre individuo y sociedad. La cultura del encuentro y el diálogo, la apertura a la solidaridad y a  la trascendencia tienen en ella su cuna”. Ahí ¿a poco no?,  hasta los delincuentes más crueles son comprendidos independientemente de las faltas que cometan y son perdonados.

El Papa explicó  que las relaciones basadas en el amor fiel, hasta la muerte, como el matrimonio, la paternidad, la filiación o la hermandad, se aprenden y se viven en el núcleo familiar. “Cuando estas relaciones forman el tejido básico de una sociedad humana, le dan cohesión y consistencia”.

Esta catequesis del Papa es extraordinaria, clarificadora. Solo le faltó, para completarla, reseñar con amplitud el papel de los que, en familia, cumplen  los más viejos: los abuelos, que vivieron  su onomástico apenas en agosto. Si, los abuelos, llenos de sabiduría, son un activo importante cuando en las familias se pierde el timón o el horizonte, cuando los problemas las abruman y no  hallan la luz ante el tenebroso túnel. Ahí, siempre estarán, prestos, el abuelo o la abuela con sus consejos producto de su sabiduría y su experiencia de vida. Ya se sabe: más sabe el diablo por viejo que por diablo. O como dijo el mismo Papa: los abuelos son el vino bueno de la sociedad.

Con esta frase última, el  pastor de la grey católica quiere decir que la buena vida ha de girar con la participación destacada de las personas que tienen una edad mayor para que con su guía y consejos auxilien a las familias a discernir lo que es mejor para que cumplan su destino en un ambiente de amor fraterno y de colaboración mutua.

Pero si se hace a un lado la injerencia de los abuelos, allá  sus descendientes, de lo que se estarán perdiendo; allá ellos si persisten en sus complejos por considerar que una gente ya adulta, quizás disminuida físicamente, no tiene nada que ofrecer. Porque de que los hay, los hay. Hay personas al interior de las familias que ven a los ancianos como algo estorboso, alguien que ya no debería existir porque, razonan ( por llamar así a su egoísmo) dan mucha lata, exigen atenciones, originan gastos y ocupan un espacio. No piensan que ellos mismos llegarán a viejos y estarán en las mismas o peores condiciones. Ojo: “con la vara que mides, serás medido”, dice una vieja conseja popular.

Es deseable que la sociedad profundice en los buenos sentimientos y coloque a los de mayor edad en el sitial que merecen,    que coadyuve con ellos a envejecer con dignidad. Que los mexicanos aprendamos de los asiáticos donde los ancianos son reconocidos como gente sabia y de bien. ¿Será posible?

Ojalá y  evolucionemos en nuestra cultura convirtiéndola en un faro de humanidad en estos tiempos de relativismo atroz en que pareciese que la vida es algo sin importancia y que puede arriesgarse a perderla por unos cuantos pesos o por diferencias mínimas, con un absoluto desprecio a Dios, que es su dueño auténtico.

Los abuelos, pues, son el pilar moral, la fortaleza familiar, el vino bueno, sabroso de la sociedad, déseles el  lugar que  merecen. Reconózcase su sabiduría, que no les llegó así nomás, sino a través de una vida activa, de trabajo, de desafíos que fueron superados uno tras otro al interior de esa cuna de amor que es la familia.