TAREA PÚBLICA

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SISTEMA ANTICORRUPCIÓN

Por: Carlos Orozco Galeana

En la pasada campaña de los presidenciables, una de las propuestas fundamentales del entonces candidato priista, Enrique Peña Nieto, fue la de crear una Comisión Nacional Anticorrupción. De acuerdo al borrador del documento, tendría dientes filosos para combatir prácticas corruptas en todos los órdenes de gobierno, “porque la corrupción ha crecido mucho los últimos diez años” (IPC: México, posición 100 entre 183 países con una calificación de 3 en una escala donde 0 es la mayor y 10 la menor percepción de corrupción). La corrupción es un lastre e impone costos muy altos al desarrollo del país, expuso el proyecto de creación.

Los últimos años, ha habido avances en el acceso a la información pública, en la desregulación federal de trámites y la armonización contable, pero sigue habiendo corrupción en gestiones y servicios para los hogares y en la adjudicación de la obra pública. Hay sobornos y moches por todos lados. Y sobre todo, impunidad.   A ver, ¿cuál pez gordo cayó en el calderonato, salvo Néstor Moreno, subdirector de Operaciones de Pemex? ¿A poco es el único pájaro de cuenta que merecía las rejas de la prisión? ¿A ver, por qué no se investiga al grupo Higa, proveedor del gobierno federal y los saqueos de Pemex? ¿Por qué no se les toca un pelo a los lavadores de dinero, que los hay por todos lados y en todos los regímenes?

La CNA propuesta por Peña Nieto compartiría facultades con el Ministerio Público en materia de investigación de delitos y podría investigar hechos de corrupción cometidos no solo por servidores públicos de los tres órdenes de gobierno, sino de los órganos autónomos, así como de particulares y consignarlos ante el juez competente.

Si esta Comisión cobra vida finalmente y funciona como debe ser, mejorará el país, dije en ese tiempo. En numerosos espacios de poder, en la administración pública, funcionarios encumbrados o situados en puestos donde pueden prosperar triquiñuelas, comparten el afán de aprovechar cualquier circunstancia para beneficiarse económicamente, ya que saben de la carencia de un sistema efectivo de revisión de su patrimonio.

Las conductas punibles de las que hablo, aparecen en el ámbito de las adquisiciones. No es necesario que los encargados de los presupuestos dispongan de estos o toquen el dinero público, pues basta con pactar por fuera con los contratistas para declararlos vencedores de los concursos; de esa forma, los presupuestos se mantienen simuladamente intactos y los funcionarios involucrados reciben el pago por su gestión. Los instrumentos legales existentes, como la ley de responsabilidades administrativas de los servidores públicos, que deberían prever y castigar la corrupción, tienen la gran falla de que no contemplan un sistema eficiente del análisis del patrimonio de estos.

Si se revisaran los haberes patrimoniales, la hacienda pública recogería muchos bienes de funcionarios que a lo largo del país aprovechan su paso por los gobiernos para hacer su rapiña y hacerse de ranchos con miles de cabezas de ganado y caballos finos, de empresas y toda clase de inmuebles, autos y casas de lujo, inversiones, etc. En Corea, Irak o China los colgarían de donde usted se imagina. Le resultaría muy fácil a una comisión independiente indagar la evolución de los patrimonios de los servidores públicos en todo el país para que no resulten estos con que se sacaron la lotería, ahorraron mucho o recibieron herencia cuando sus patrimonios están derramándose de lo amplio que son.   Me gustaría saber en este momento qué piensa el mexicano común acerca de esta iniciativa de Peña Nieto que está congelada y discutiéndose aún y no tiene para cuando operar. Porque una cosa es la ley en el papel y otra cosa es que haya voluntad política de partidos y del propio gobierno para que la norma vulnerada sea restaurada.

Los esfuerzos en pro de la transparencia efectiva y la honradez pública sirven  para calibrar si el gobierno actual tiene un compromiso con la legalidad, la justicia y la rendición de cuentas o forman parte de un discurso engañabobos estructurado eficazmente para que las cosas sigan igual.