RECONCILIACIÓN UNIVERSAL
Por: Carlos Orozco Galeana
La gente piensa que solamente en el mes de diciembre se puede dar amor, perdonar y reconciliarse con Dios. Si han pasado ya once meses y se siente que la vida que llevamos no ha sido la mejor, que ha carecido de propósitos buenos, este tiempo nos hace pensar que puede ser posible modificar algunos hábitos y tener en el año siguiente una vida más apegada a la práctica de los valores morales.
Este mes suelen olvidarse los agravios que nos infligimos unos a otros; en un afán de bondad aunque fugaz, deseamos lo mejor hasta a los que no nos quieren y nuestro corazón es tocado por Jesús, que nos dio la máxima lección de amor al ser sacrificado en la cruz con absoluta obediencia de su parte. Pero, ¿después de diciembre, qué? ¿Por qué nada más este mes dejamos de ser malos y nos olvidamos del rencor, de la venganza, de los malos hábitos, de hablar mal de la gente, de desear lo peor para los que consideramos erróneamente enemigos? ¿Es que estamos de algún modo determinados a cambiar por un tiempo corto y no tenemos fuerza y voluntad de perseverar en el ejercicio de las virtudes?
Es importante resolver diferencias en la concordia y el respeto hacia quienes persiguen objetivos similares. No debe destruirse a nadie en lo moral por una desavenencia, porque equis persona nos cae mal gratuitamente, por envidiar o pretender un cargo público más alto, cualquiera que sea, o porque alguien tiene más dinero que otros. Esto es relativo. Las personas interesadas en el poder, por ejemplo, han de mostrar altitud de miras, tolerancia, respeto y no exhibirse en la ruindad, la malicia y la mentira.
El cardenal Norberto Rivera Carrera ha dicho que no nada más navidad sino también todo el año es apto para vivir reconciliados, para desarrollar más la honestidad y la sinceridad dentro de las legítimas diferencias políticas e ideológicas. Los buenos deseos, dijo, no deben circunscribirse solo a esta época, pues Jesús fue sencillo y humilde de corazón siempre.
Independientemente de las diferencias entre los humanos, hágase prevalecer el amor como lazo que une. En los hogares, ha de prodigarse el amor y vivirse los hábitos buenos para que sean caja de resonancia entre los demás. De otra manera, ¿cómo vamos a resolver las deficiencias que hay en nuestro vivir? ¿Qué tipo de hijos estamos aportando desde las familias a la sociedad? Entre las naciones, como USA y Cuba recientemente, ha de alcanzarse el sentido de humanidad.
La situación actual de violencia y crimen es producto de la suma de nuestras conductas erróneas. Todos hemos aportado o dejado de hacer lo que debía beneficiarnos, unirnos. Hemos dejado de lado la capacidad de comprender al otro, al que debemos ver como nuestro par, no como al rival ocasional que no piensa o actúa como uno. El dinero, mercancía fatal, ha convertido en esclavos a millones y quien se ha apropiado de él en grandes cantidades, legal o ilegalmente, ve a los demás por encima del hombro.
Necesitamos reconciliarnos para hacer de este país un lugar mejor para vivir, comencemos por nuestras familias. Dejar de torcer la ley, de aprovechar las situaciones que permiten obtener ventajas frente a los demás. Las injusticias y los hurtos al erario, el tráfico de influencia de las clases dirigentes, tienen a México de punta y provocan justamente enojos y orilla a muchos a hacerse justicia por propia mano en las calles. Muchos delincuentes creen que al no tener nada alguien les quitó lo que era suyo. Los ricos son a veces despreciados, secuestrados, ejecutados y juzgados por maleantes porque no han tenido hartazón y fraguan con su avaricia la desigualdad, la impunidad y la injusticia.
Como mexicanos comprometidos, hagamos cada quien lo que debamos hacer para reconstruir una sociedad justa y con paz. Lo podemos hacer todos los días con nuestros actos congruentes y generosos. La suma del bien de cada uno será, mañana, ocasión de bienestar. Perdonémonos a nosotros mismos y luego a los demás. Vivamos mejor, reconciliémonos. Nos reencontraremos aquí, si Dios quiere, el 8 de agosto del 2015.