TAREA PÚBLICA

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LA PLATA ES LA DROGA

Por: Carlos Orozco Galeana

En dos ocasiones me he referido últimamente al pensamiento y a los criterios que   ha exhibido el presidente de Uruguay, José Mújica, respecto a los usos del poder político tanto a nivel latinoamericano como mundial. Al saber lo que dice o escucharlo, uno piensa que este hombre pudiera no ser congruente porque la mentira y la demagogia en los espacios de poder son una práctica común, pues se dice una cosa al público y se hace otra, produciéndose un gran engaño. Aunque me voy a un extremo, solo vea usted a la pareja municipal de Iguala. Hacían como que gobernaban, que servían a su pueblo, pero la verdad es que delinquían con absoluta desfachatez.

Sin embargo, a Mújica hay que creerle. Fue guerrillero en sus ya lejanos años de juventud y lleva cuantioso tiempo actuando congruentemente, no como Andrés Manuel López Obrador que andaba cuando era regente en un cochecito tsuru, pero que a la vuelta de la esquina se bajaba previo de una poderosa camioneta de lujo. Andrés engañaba bobos. Hoy solamente a pocos.

Los medios informativos, extrañados por la conducta de Mújica, hicieron videos del área donde habita, en la que puede apreciarse su modo de vida simple. Supo, desde hace muchos años,  que entre más elevada esté en el poder una persona,  más sencilla debe ser. Y sí, por la humildad se mide la grandeza de cada quien, dijo el Papa alemán Joseph Ratzinger.

Entrevistado por Carmen Aristegui, pues, soltó Mújica esta frase que dio la vuelta al mundo: A los que les gusta la plata, hay que correrlos de la política porque son un peligro. Pum! Pero aclaró: “esto no quiere decir que en la política no existan intereses, pero son intereses no materiales, son morales, lo que se apetece es el cariño y reconocimiento de la gente. La política es la lucha por la felicidad de todos”.

“Soy un hombre muy rico. Cuando salgo a la calle muchísima gente me da su amistad, su compañerismo, esto es la belleza más grande que se puede tener. Vivo con lo justo, porque si tuviera muchas cosas tendría que dedicar tiempo a cuidarlas, me complicaría la vida. Quienes tienen interés en la plata, tienden a ver el mundo a través de esa óptica, pero si se gobierna para la mayoría, se tiene uno que ubicar desde la perspectiva de la mayoría. Cuando no se cree en algo, por ejemplo en Dios digo yo, se vive para uno, en el egoísmo”.

O sea, don José renunció a ser esclavo del poder y con ello acertó; ganó la libertad justo cuando la necesitaba: para gobernar en la democracia, en el respeto a sus semejantes, en el cuidado de su existencia (porque esto es la política verdadera), con la lógica de hacer el bien y de brindarse en el amor a los suyos. Sin aspavientos ni estridencias.

No se complicó la existencia y renunció al egoísmo y a la soberbia   que aprisiona a tantos, incluso en aquellos espacios donde se supone que deben reinar la confianza, la pluralidad y la tolerancia, o al menos los buenos modales. Con ello, Mújica resultó ser un hombre de paz, cabal, espiritual, diferente de aquellos seres incapaces que se esclavizan con las cosas del mundo faltándose al respeto primero a  sí mismo, luego a sus familias, y a las instituciones, a todos. Es una desgracia, dijo por su parte el arzobispo alemán Gerard Ludwig, que el hombre pierda la esperanza de lo trascendente y con ello el gusto de la solidaridad, de hacer el bien por la simple belleza de hacerlo.

Vivimos en una época de vértigo por el deseo de apropiación de bienes y de dinero; el servicio a los demás se vuelve imposible en numerosos ambientes. El dinero se ha vuelto la droga más poderosa pues mueve al mundo y traiciona a los espíritus más bondadosos. Es el gusto por la plata lo que    tiene deshechas a las sociedades. El dinero manda y por él se pierde la libertad física, espiritual y hasta la vida. Respecto a Mújica algunos políticos uruguayos han de sentir hasta repugnancia por sus consideraciones éticas y hasta lo han de odiar por sus “atrevimientos”.

Cuando salga del poder José Mújica será recordado como un ser grandioso por respetar y servir a los suyos y vivir para los demás, por no servirse del poder para su beneficio propio. Ha de caminar por las calles de Montevideo con la cabeza en alto, con la satisfacción de que actuó con libertad y no se echó la plata a la bolsa. Como tantos.