TAREA PÚBLICA

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ENCUESTAS

Por: CARLOS OROZCO GALEANA        

Se repite inútilmente que las encuestas son una fotografía del momento por permitir a quien las hace y a quien las paga conocer un cúmulo de información para averiguar algún estado de cosas y reorientar prácticas, planes y proyectos y obtener luego un resultado.

Es en la época preelectoral cuando esos ejercicios de medición, introducidos en los 90 en Estados Unidos, se practican más, cuando personas que actúan en política quieren saber el grado de aceptación que gozan entre los ciudadanos; algunas de ellas, con ser fructíferas, fuerzan las cosas y se pretenden resultados agradables pensando en que si las paga el cliente por qué no le habrán de beneficiar. O sea, al cliente lo que pida. En el pasado colimense, hubo un gobernante al que si no le salían bien las encuestas como quería, las pagaba una y otra vez hasta que el prestador del servicio se las acomodaba a la carta. El que paga manda. Las consecuencias políticas negativas llegaban después. Hoy, extraña que no se ordenen mediciones en el desempeño de las responsabilidades públicas y si de quienes quieren desempeñarlas.

Las encuestas ofrecen datos que ayudan a orientar decisiones, pero se equivoca quien piense que son la última palabra. Es importante que quienes las usen no se casen con ellas porque la realidad no es estática. La gente piensa un día de una forma y al día siguiente de otro modo. Si no me cree, recuerde cómo se perfilaron las últimas votaciones presidenciales, en las que Fox y Calderón ganaron sorprendentemente tras ir abajo.

En el ámbito de las decisiones, los cotejos aportan conocimientos valiosos para decidir, por ejemplo, quienes deben competir o no en un proceso electoral. Puede saberse, en un tiempo determinado, las cualidades que la gente reconoce en cada quien y el nivel de aceptación, qué oportunidades hay frente a otros antagonistas. Las encuestas reportan el reconocimiento de capacidades, debilidades personales o profesionales, mala o buena fama y, en general, aspectos que los interesados se esforzarán luego en corregir.

El problema es cuando se escoge a las personas en función de las encuestas del momento; puede elegirse a los más aceptados por la gente pero sin que eso signifique que sean los que harán el trabajo mejor. Popularidad no es igual a eficiencia ni eficacia en el poder. Vicente Fox arrollaba en las encuestas pero fue un fiasco como presidente. Fernando Moreno no fue un buen candidato y resultó aceptable como gobernador. Se dice, no en balde, que habitualmente quien es un buen candidato es un mal gobernante y viceversa.

El Partido Acción Nacional, enfilado localmente a la unidad para ser competitivo frente al PRI, ya se dio cuenta que las encuestas son de utilidad pero que no han de ser el factor básico para sus decisiones. En el PRI, no se qué pasará respecto a los trámites electorales al usarse indagaciones telefónicas o en domicilios. En los partidos puede haber maniobras para orientar los resultados en determinado sentido. Se dice que entre gitanos no pueden leerse las cartas. ¿Se quiere que a alguien le vaya mal en una encuesta? Que se mande su nombre a la cola de la lista. Si los cuestionarios no están elaborados correctamente y se inducen las respuestas, los resultados estarán sesgados y ya con ello el ejercicio será negativo y nulo. Y en lo político, habría fracturas y descontentos de los aspirantes al pensar que se les engañó, usó y eliminó injustamente. No dejan de ser un riesgo las mentadas encuestas porque dividen y sirven para deformar la realidad.

¿Y qué hacer cuando en una valoración partidista preelectoral se encuentren dos o tres aspirantes empatados, pero unos tengan más potencial que otros para gobernar? ¿A quién o a quienes se escogerá en caso de paridad? ¿Será el equis partido transparente e informará sobre esta realidad o evitará decirlo para situar la decisión conforme a sus propios intereses? Pienso que los ciudadanos tienen derecho a ser informados en forma exacta sobre los acuerdos partidistas. COMPARTIR