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JUEGOS OLIMPICOS

Por: Carlos Orozco Galeana

Cayó el telón y la siguiente cita de los juegos olímpicos será en Tokio, Japón, en 2020. Espectaculares fueron  las ceremonias de inauguración y de clausura, como corresponde a un evento de tal magnitud; fueron, sin duda,   el marco ideal en que se manifestó la alegría y la esperanza de un mundo mejor y más unido mediante el deporte.

Bien por el gobierno brasileño que, a pesar de su crisis, trabajó para que los Juegos   se celebrasen con normalidad, al margen de la inseguridad  que vive este país como producto de la pobreza de numerosas regiones en las que han sentado sus reales carteles delictivos, sobre todo en las favelas de Río de Janeiro.

Fuimos testigos del esfuerzo de grandes atletas que hacen posible lo que parece  imposible: la superación de los récords olímpicos y mundiales.  Al margen de una consideración mercantilista de los comerciantes del deporte ¿Quién no se  emocionó con la destreza y la gracia de la gimnasta  Simone Biles, de USA, que ganó cuatro medallas de oro, con el tiburón Michel Phelps, ganador de 28 medallas en total en cuatro citas olímpicas, con la bravura y la determinación de nuestra Lupita González, triunfadora en 20 kilómetros de marcha,  con el velocista Usain  Bolt, o con las atletas que hacen cosas increíbles bajo el agua en el nado sincronizado? Admirables todos, en verdad.

Una vez más, como cada cuatro años, potencias como USA, Gran Bretaña, China, Rusia quedaron al frente del medallero, como resultado del apoyo que sus gobiernos dan a los atletas y al uso de tecnología orientada a satisfacer las expectativas de los deportistas de medio y alto nivel.  En contraparte, en Latinoamérica, pocas medallas se lograron; eso sí, se obtuvieron segundos, terceros, cuartos lugares, o se estuvo entre los diez primeros, lo que no es para menospreciarse. Todos los atletas hacen grandes sacrificios por competir, superar sus marcas y tener una participación motivadora, y si caen medallas, pues qué mejor.

Felicitemos  a todos los deportistas por lo que hacen, hayan o no obtenido medallas: ser ejemplo para niños, jóvenes y adultos. Ya sea que los gobiernos los apoyen o no,  hacen a un lado actividades diversas que los prepararían para un mundo mejor para ellos y sus familias ( económicamente), pero en cambio, se dedican a alcanzar metas grandiosas en el deporte amateur por estar convencidos de que compitiendo  trascienden como personas y son ejemplo para otros.

Me emocionó Lupita González, nuestra Lupita de origen indígena que labora en la Marina y que con apenas nueve competencias, tras  ser boxeadora, obtuvo una medalla de plata en una final cardíaca frente a otras competidoras chinas que no le regalaron ni un centímetro en la parte final. Venció a dos de ellas pero no pudo con una tercera. Lupita es una triunfadora, como pueden serlo  miles de jóvenes que se preparan en los estados del país o en las universidades o por sí solos, pero que requieren becas, apoyo familiar,  tecnologías y otras cosas más para que no anden boteando en la calle como el boxeador Misael, medallista de bronce.

La verdad sea dicha, cinco medallas son pocas para una nación de 120 millones de personas. Debe  dársele más atención a los talentos jóvenes y establecerse condiciones  propicias para que tengan  una verdadera  formación física, espiritual y humana que los haga  crecer como personas y como competidores.

En México urge combatir la corrupción, ese cáncer que tiene a México del cuello sin dejarlo vivir. Se dijo que el director de la CONADE, Alfredo Castillo canceló  presupuestos a diversas federaciones, pero no se recordó que su contraloría ubicó desvío de recursos de sus dirigentes, algunos de los cuales viven más que desahogadamente. Debe dársele el lugar que merece al deporte de alto rendimiento. Debe eliminarse  esa burocracia deportiva corrupta  que todo lo pudre. Los deportistas son primero. ¿A poco no?