TAREA PÚBLICA

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UN AÑO CON EL PAPA FRANCISCO

POR CARLOS OROZCO GALEANA

Como agua se fue un año del pontificado del Papa Francisco tras haber sido electo en sustitución del también Papa en retiro, Benedicto XVI, quien asumió su papel como lo dijo ante sus fieles: en solitario, en oración,   con dignidad. En ningún momento ha aflorado una situación de competencia o de influencia interesada de su parte respecto al Papa Francisco. Por lo que se aprecia en gráficas, son dos buenos amigos o mejor dicho, hermanos en Cristo.

Es muy poco tiempo un año para solventar todos los problemas que tiene la Iglesia católica, algunos tan en boga como el aborto, el homosexualismo, la pederastia, la creación y tráfico de embriones humanos, la disminución en el número de sacerdotes, el uso de métodos anticonceptivos, la corrupción en el Vaticano y un sinnúmero de asuntos que interesan al Papado y a la feligresía mundial como el de la consulta popular para saber qué piensan los católicos en relación a esos temas. Pero hay, sin duda, una visión nueva de la realidad religiosa y mundana y una toma de conciencia real del pastor de los católicos. Esto es lo que yo percibo.

El Papa introdujo, para iniciar tareas, un modo de liderazgo distinto a sus antecesores; si por él fuera, andaría a pie por todas partes platicando con la gente; se le ha apreciado sencillo en su proceder y en su lenguaje; es muy agradable su trato con todos y eminentemente respetuoso (¿ quién soy yo para juzgar a los homosexuales? ), se preguntó en una ocasión cuando de seguro su interlocutor esperaba una condena a ese gremio ya tan numeroso   ). Es un Papa, se diría coloquialmente, a todo dar, reconocido incluso por intelectuales de la talla de Leonardo Boff.

Ese es el Papa Francisco, un hombre decidido a que la Iglesia adquiera un rumbo nuevo: el de la solidaridad mundial. Ha fustigado a los poderosos haciéndoles ver que no les hace daño compartir un poco de sus riquezas; ha instado a los gobiernos a hacer más por los pobres, los niños,   los jóvenes y los ancianos. “Un poco de misericordia cambia al mundo, lo hace menos frío y más justo”. Esta apreciación suya me parece inspiradora de una toma de conciencia distinta, la que considera a cada prójimo como parte importante de la humanidad, porque en verdad el mundo en gran parte es inhumano, indiferente. Con el Papa llegó una forma nueva de entender la dinámica religiosa.

Latinoamérica está aún de fiesta porque ve en él a una persona comprometida con los más pobres, pues si bien critica a los poderosos no los desprecia sino que los bendice y los respeta en su conciencia. O sea, hace como Jesús, quien a pesar de rodearse de pecadores todos los días, no los rechazaba o humillaba sino que los convocaba a guiarse por el amor de Dios. Eso mismo hace el Papa Francisco, quien no condena a nadie sino que insta a seguir el camino del Evangelio.

En una de sus homilías, ha dicho que no cedamos jamás al pesimismo ni a la amargura que satanás ofrece cada día. Y si de hablar claro se trata, auto señaló como pecador y admitió que en el Vaticano hay una corriente de corrupción, pero también gente muy santa. Valiente declaración es esta.

La Palabra del Papa es optimista. Sabe que los ambientes están dañados por el egoísmo y la soberbia del hombre ( solo por citar dos pecados graves), pero aun así tiene la confianza en que pueda recuperarse la solidaridad, que la gente común y los pudientes en particular, se interesen por los desvalidos y caigan en la cuenta de que las riquezas solo sirven si atacan necesidades humanas.

Seguro que poco a poco se irán dando y consolidando resultados en su mandato. No es cosa fácil promover y lograr cambios y menos en los espacios de poder como el Vaticano, aunque si es menos complicado conocer cómo piensa la Iglesia en esta época en que todo muda y cuando el hombre ha adoptado otros dioses a los que sirve alegre y rinde pleitesía con sus conductas. Que el Papa Francisco siga teniendo la fuerza para que su mandato resulte en una Iglesia fuerte y capaz de hacer vida el Evangelio.