CULTURALIA

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HIDALGO EN COLIMA 

Por: Noé Guerra Pimentel

El 8 de mayo a casi dos meses de haber llegado a la Villa de Colima, aquí cumplió sus 39 años de vida, había nacido entre clérigos y agricultores en la hacienda de San Diego Corralejo en Pénjamo de la intendencia de Guanajuato, y fue bautizado con el nombre de Miguel, Gregorio, Antonio, Ignacio, Hidalgo, Costilla, Gallaga, Mandarte y Villaseñor, el segundo de los cinco hijos de Cristóbal y Ana María, criolla de origen michoacano. Era el diez de marzo cuando según su firma autógrafa asumió el curato de la parroquia de la Villa de Colima proveniente de Valladolid, Michoacán, donde como teólogo y catedrático era vicerector del colegio de San Nicolás con conocimientos en varios idiomas, condición de cultura general que se puede valorar como normal en la mayoría de los curas de su condición en aquellos tiempos. Tenía 38 años cuando llegó a esta entonces Villa española de no más de veinticinco mil vecinos distribuidos en ese partido administrativamente dependiente de la Intendencia de Valladolid.

Sobre su venida a Colima se conjetura que fue enviado a Colima como pacificador entre franciscanos y mercedarios “en el pastoreo de las almas colimenses”. Amaya Topete escribe que: “…un sacerdote rector del Colegio que resultó tener dos hijos (cuya paternidad nunca negó ni ocultó, Agustina y Mariano Lino, hijos de Manuela Ramos Pichardo) debió causar sensación y producir una reacción desfavorable. Quizá fue reconvenido por sus superiores y esto lo obligó a renunciar de la rectoría y abandonar Valladolid llevando el nombre de Cura de Colima. Fechado el 2 de febrero de 1792…” se afirma además que por sus tendencias liberales y su permanente posición crítica fue separado de la rectoría del Colegio alejado de amigos y alumnos y enviado a donde hacía menos daño, casi en el destierro. Hipótesis algunas que se leen ilógicas, si las contrastamos con que en realidad con el puro sueldo de cura interino aquí ganaba tres veces más que allá ni sumando todos sus sueldos – como maestro, administrador y vicerector– pasaba de ganar más de 1200 pesos anuales, mientras que como cura de esta Villa ganaba 3 mil; y más aún cuando encontramos que de aquí se regresó a Valladolid en noviembre y que ya en enero de 1793, inicios del siguiente año, despachaba en San Felipe de los Herreros de la Intendencia de Guanajuato.

A todo esto no puedo soslayar la especie que con cierto morbo conjeturó Felipe Sevilla del Río, cuando con otras palabras afirmó que Hidalgo buscó su trasladado acá tras una mujer, la señora Ana María Pérez Sudayre, ella tenía entre 14 y 17 años edad y era la esposa del subdelegado Real de Colima y compadre del cura, Luis de Gamba (o Gamboa) y González, de 47 años de edad, con el que tenía amistad desde Valladolid. Un dato que refuerza la hipótesis fue que cuando él se retiró de esta Villa de Colima, por “amistad y gratitud” donó a la señora Ana María unas minas adquiridas por rumbos de Tecalitlán, de las que “ella tomó posesión a principios de 1793 a través de su apoderado José María Armendáriz”, coincidentemente con el nacimiento de quien a la postre sería bautizada como Mariana Francisca Teodosia Paula de Gamba González y Pérez Sudayre, a la que los insurgentes apodaron como “La Fernandita”, cuando en octubre de 1810, en Guadalajara, gozando de inmunidad, la vieron bajar de una carroza proveniente de Valladolid para conferenciar en secreto con el cura.

Según las recreaciones biográficas, a Miguel Hidalgo en Colima lo vemos llegar como un hombre en plenitud, amante de suertes campiranas, aficionado a los jaripeos y heredero de una infancia sin carencias y juventud desahogada. Por esas mismas fuentes se sabe que fue buen estudiante ex discípulo de jesuitas, sustentante de filosofía, física y lógica, calificado para graduarse tres años antes como Bachiller en Artes, titulado ante la Real y Pontificia Universidad de México. Cuando llegó a Colima ya tenía su capital, como párroco era dueño de la hacienda de Xaripeo y de los ranchos de Santa Rosa y San Nicolás, situados en el Distrito de Irimbo, cerca de Valladolid, actual Morelia. Dentro de lo que el imaginario ha recreado en Colima, pervive la idea de que Hidalgo adquirió propiedades y habitó ciertas fincas, de nada hay pruebas, en todo caso, como los otros curas, residió en el curato de la parroquia. De su estancia aquí se conservan varios documentos fechados en los archivos del templo del Beaterio y en protocolo de instrumentos públicos de 1792 del Archivo del Estado, fechado en la Villa de Colima, “a diez y ocho días del mes de octubre de mil setecientos noventa y dos”. En este último se halla la firma de Hidalgo en su carácter de cura y juez eclesiástico del Partido de Colima y la de Luis Gamba González, subdelegado de esta jurisdicción.

Cinco años después de haber estado en Colima, en 1797, la curia católica lo acusó de despilfarros durante su administración del colegio de San Nicolás. Poco después fue acusado de herejía ante la Inquisición, la que le abrió proceso. En 1801 la Inquisición concluyó que los cargos contra él eran de gravedad pero debido a que se carecía de pruebas, salvo testimonio de fray Manuel Estrada, y el acusado se había reformado y hacía vida ejemplar, el caso se suspendía “hasta más pruebas”, procesos “casual y oportunamente” desempolvados luego de su levantamiento en 1810 y que, excomulgado como culpable y traidor, el 30 de julio de 1811, a la edad de 58 años, lo llevaron al paredón, cuando descrito por Lucas Alamán (1792-1853) en Historia de México, descubrimos que a diferencia del que conocemos, Hidalgo “Era de mediana estatura, cargado de espaldas, de tez morena y ojos verdes, la cabeza algo caída sobre el pecho, mentón hundido, cano y calvo, como que pasaba de 60 años, pero vigoroso; aunque no activo ni pronto en sus movimientos, de pocas palabras, pero animado. Poco aliñado”.