CULTURALIA

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POR LA SEÑAL… Errores del tiempo

Por: Noé GUERRA

“Una niña siempre presente, siempre distante; historias contadas quedito, a medias, en voz bajita; fragmentos de pláticas de adultos medio escuchadas; siempre un recuerdo a medias. La discreta melancolía que hay en la familia.”

Así de vivencial abre y hace sentir al lector con su prólogo a Por la señal… Rosa Guillén Riebeling, escrito en las primeras páginas de las 180 de esta novela histórica, que aunque carece de la cifra del tiraje, por la calidad de su contenido presumo que en esta su primera edición, será de varios cientos. Por la señal… Con diseño de portada de Julio Hernández Mújica, se descorre en dos agradecimientos: a la familia, los cuatro hijos de la autora: Maricarmen, Pepa, Isa y Fabián; y a quienes colaboraron con ella: Rosa Guadalupe Guillén, Javier Bravo, Crispín Calvario y Enrique Ceballos, para continuar con los veinte temas del índice que se desglosan en tres apartados capitulares con sus respectivos subtemas, el prólogo y la previa introducción, para cerrar con las conclusiones.

La noche de ayer fue presentada en la Casa del Archivo esta novela histórica de la autoría de Carmen Rivera Torres, un texto que se lee como cocinado a fuego lento con los murmullos que salen de las paredes y los recuerdos escritos por los abuelos a luz de las velas repitiéndose como las campanadas de la iglesia, pero desde las recamaras, el pasillo, la sala, el comedor y la cocina mientras se preparan y sirven los alimentos entre humeantes ollas de barro, para casi olerse como condimentados con documentos amarillos que como venidos del olvido han sido rescatados del veliz empolvado sacado del ropero o del rincón de debajo de la cama y las fotos sepia, esas que casi desvanecidas cuelgan chuecas de las paredes en sus marcos, presentando personajes ignotos de aspecto serio y profundo, como molestos ante la supina injusticia del olvido.

Apuntalada con el antecedente de los liberales del primer cuarto del siglo antepasado con los posicionamientos políticos de José María Luis Mora y Valentín Gómez Farías, los antecedentes de la cristiada se arrastran, como bien lo indica la autora, desde las leyes de reforma que devinieron en la confrontación del clero católico mexicano y los conservadores contra los reformistas liberales del gobierno, en la llamada guerra de reforma o de tres años, movimiento armado que enlutó a Colima con la primera víctima fatal, el asesinato del primer gobernador, don Manuel Álvarez, quien al grito de “¡Religión y Fueros!” fue aniquilado al atardecer del 26 de agosto de 1857, hechos sangrientos que continuaron después de la intervención francesa con Juárez y Lerdo, hasta casi diluirse con los “arreglos de respeto y conveniencia” establecidos por Porfirio Díaz durante su prolongada gestión, relación que se volvió a radicalizar con los revolucionarios ante el abierto apoyo de la grey católica mexicana a Victoriano Huerta, en el marco de la Revolución y que años después, con la toma del poder de los caudillos, degeneró en la cristiada, guerra civil que como sabemos tuvo como principales escenarios la región cultural de Jalisco, Michoacán y Colima.

La novela histórica, escribió Georg Lukács, tal como lo refiere Guillén Riebeling, exige del autor conocimiento profundo del tema, extensa preparación documental y erudita y una habilitada narrativa. Aspectos que María del Carmen Rivera cumple con este libro que en contraportada nos agasaja con los señeros conceptos de mi amigo el doctor Javier C. Bravo Magaña, quien con una extraordinaria prosa nos traslada a un Colima que pretencioso se nos extravió apenas ayer entre las calles que no existían a la vuelta del siglo, para traernos hasta aquí entre los ecos confusos de un pasado compartido entre la autora y él, que no obstante sus primarias visiones matizadamente encontradas, los hizo coincidir en el tiempo y en la distancia como en el respeto, en la mutua valoración y en el sincero fraternal afecto.

Introito intimista el de Bravo Magaña que sin querer, o no sé si queriendo, se redondea con la lúcida reflexión que como en voz alta nos comparte en la solapa del libro el médico Enrique de Jesús Rivera Torres, quien por los apellidos deduzco que es hermano de la autora. Texto breve el estimado del galeno colimense, que con una prosa bien cuidada nos contextualiza no solo en las motivaciones de la autora, sino que va más allá y entresacando líneas de la misma novela nos entrega el testimonio histórico que como hilo conductor del conflicto civil o primera guerra religiosa, como con tino se le denomina, tuvo su más dramática representación durante el segundo cuarto del siglo pasado, entre 1926 y 1929, cuando el 95 por ciento de la población total del país, según afirma el texto, se reconocía como profesante de la misma religión, la católica.

Con su acertada cavilación histórica, Enrique Rivera, retomando parte de la sección introductoria del documento, deja ver la manipulación de que la población fue objeto y carne de cañón de las autoridades en pugna, tanto las civiles como las religiosas que como siempre, confabuladas y con sus intereses esta vez encontrados, no les importó someter y postrar al país en una sangrienta, otra, guerra entre hermanos, conflicto que como suele pasar, no terminó con el armisticio pactado, sino que siguió y cuyas secuelas aun en nuestros días arrastramos con aquellas víctimas de la ignorancia y uno de los errores del tiempo cuando se mataba al hermano por la señal… y hasta al hijo del padre, en el nombre de la ley…