CULTURALIA

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BODAS DE SANGRE

Por: Noé Guerra Pimentel

“¡Bodrio de sangre!” exclamó alguien el jueves pasado al término de la presentación de estreno en Colima de esta obra de Federico García Lorca. Un retrato magistral del universo trágico de la vida, que no tuvo su mejor suerte en este austero, austerísimo montaje que ante tanta publicidad había generado buenas expectativas. Ubicada en los años treinta, la puesta en escena colimota resulta más que pobre, carente de dirección y creatividad con una traza confusa y contradictoria, donde los actores parece que hicieron lo que quisieron o pudieron, sin líneas ni proyección sobre las disímbolas personalidades a representar.

Bodas de sangre, es una obra emblemática de la dramaturgia de García Lorca que retrata a la España rural de la tercera década del siglo pasado, poniéndola como telón de fondo en un escenario donde una pareja está a punto de casarse, situación que se frustra luego de la aparición del tercero en discordia, un pretendiente del pasado que aun mandaba en el corazón de la novia. Ésta, es también una historia de odios entre familias ahora despiertos frente a la boda, puesto que los dos hombres, el exnovio y el novio formal resultan adversarios históricos, poniendo a la futura desposada en el conflicto existencial de dar gusto a su padre y a la gente, casándose con un rico de buena familia o, por el otro, fugarse con el hombre que ama, aunque sea un vil y esté casado.

Una trama clásica que como ya lo afirmé, se frustra como realización en este último al montaje dirigido por Héctor Castañeda, a quien dicho sea, le hemos visto muy buenos trabajos; en primera la obra fue recortada (adaptada) a un solo acto, por lo que el discurso se hace confuso a la par de haber sacrificado el rico lenguaje poético del autor. Ahora bien, en cuanto a los personajes hay que apuntar que la madre, la viuda que se convierte en el hilo conductor, es protagonizada por Vianey Torres, cuya actuación destaca y con la que desde mi punto de vista, además de salvar la adaptación, ella se consolida como actriz de carácter. Mientras que se puede decir que el Novio, el novel Juan Manuel Sánchez, dada su condición con su papel de muchacho ingenuo apegado a su madre y deseoso de una familia, más o menos se apuntala en espera de fogueo.

Por otro lado a la Novia, Alejandra Infante, se le ve madera para más, lo que se imposibilitó ante la pobre o nula dirección, pues se ve sola en su afán por sacar a un personaje difícil que demandaba mayor ímpetu, más fuerza y pasión al enfrentar su muerte en vida, devorada como estaba por el dilema del amor autentico y la aspiración a una vida sencilla. Mientras que Leonardo, Iván Quiróz, el mal tercio del drama, con sus espontáneos recursos cumple como el egoísta arrebatado y violento enamorado que debe ser. Por otro lado, y es algo que no entiendo, es cómo el Padre de la novia, Jaime Velasco, con tantas tablas y probada calidad se queda plano, apenas aparente sin ofrecernos al viejo ambicioso que debió haber hecho dentro de lo que demandaba el personaje, es más nunca vimos a otro que no fuera Jaime, incluso con su forma de vestir.

Pero no queda ahí, entre los otros también hay fallos; por ejemplo: Luna, Huitzna Valdivia, se extravía en la responsabilidad de su acción, pues nunca se ve en su calidad de guía y destino. Igual que la Criada, Kuki Carrasco, que caracterizada como Nana no encaja, pues no obstante haber sido amiga y confidente de la madre fallecida, se ve de la misma edad y hasta más ligera que la novia. Lo mismo pasa con la Vecina y las muchachas que si bien hacen papel de comparsa y eco moral del entorno, no se ve la flexibilidad histriónica que por lo menos le conocemos a Nelly Magaña. En tanto que a Coty Campos, a la que hemos visto mejor desarrollo en otros papeles de mayor exigencia, esta ocasión se vio sobreactuada, esforzada en encontrar el nivel de su papel como la Mujer de Leonardo, otro talento desaprovechado igual que el de Claudia de Luna, la Suegra, que no descolló como al principio hizo suponer, quedándose a medias.

De la escenografía ni hablar porque fue nula, resuelta tan solo con una estorbosa tarima, igual que los efectos (solo el “humo” que ya nos ahogaba), las luces (planas) más que pobres y el maquillaje que por lo mismo, si es que lo hubo, tampoco lució, lo mismo que los peinados y ya no digamos el “vestuario de época” que da mucho que desear pues se ve que no hubo una mediana investigación, igual que la utilería. De todo esto que resulta deplorable, sobresale la calidad de la musicalización en vivo y, en algún momento, la danza, pero en verdad, una lástima que se haya desaprovechado este esfuerzo de gente talentosa en una puesta en escena con la que se echó a perder una excelente pieza dramática.