CULTURALIA

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LA VILLA Y SU FIESTA 

Por: Noé Guerra

Como irrefutablemente lo señala la teoría, las formas en las que la historia estudia los hechos trascendentes de la vida de la humanidad pueden ser: sincrónica (de la misma época), relacionando hechos de la misma época con evoluciones o consecuencias en la especie humana, o diacrónica (de épocas diferentes), analizando hechos anteriores que puedan ser causas o posteriores que sean consecuencia de un hecho o algo concerniente a la propia especie. Hay en este medio quienes contra ese paradigma se atreven a hacer “historia” inventado, tergiversando o peor, desentendiéndose del contexto del hecho en sí, como si de preparar huevos rancheros se tratara ¿Con yema o sin yema?

Ese ha sido el caso de algunos vecinos que con relación a este tradicional festejo a toda costa han buscado imponer una serie de premisas que van desde fechas, hechos y hasta nombres, tratando legitimar una presunta antigüedad que no es y que seguramente surgió en algún momento de inspiración de alguien que cayendo en el exceso de amor al terruño primero idealizó hasta lo que no y luego recreó repitiendo hasta casi permearlo en el imaginario colectivo como la gran verdad que hará un lustro ya iba en el delirio con blasones que no existen ni han existido, háblese aquí de menciones, honores y reconocimientos del mayor abolengo y la más alta prosapia, cuando salvo el de que La Petatera es uno de los Siete Tesoros Culturales del Patrimonio Artístico del Estado, nada de lo otro es.

Se afirmaba y aún algunos caen y repiten que tanto el festejo, como La Petatera y todo lo accesorio de la celebración viene desde 1857, también que el primer Gobernador del Estado participó en la primera cabalgata y que la fiesta siempre había sido popular ¡Falso! Ahí les va, a todos esos que lo han dicho y repetido eso obviaron o se les olvidó un detalle nada menor, en esa época se gestaban los prolegómenos de la más cruenta guerra civil que nuestro país, con Colima incluido, ha padecido en su historia, como lo fue la Guerra de Reforma que enfrentó a los dos máximos poderes de la nación, al clerical con la iglesia católica y al civil con los gobiernos federal y estatales.

También soslayaron que en menos de tres años (1857-1860) en aquel naciente Estado de Colima desfilaron más de una veintena de presuntos gobernantes que ante el estado de cosas fracasaron en su intento de lograr la paz y la armonía en una sociedad eminentemente rural y analfabeta con una oligarquía dominante altamente confrontada entre sí, tan es así que los tres primeros gobernadores fueron asesinados durante su ejercicio, en funciones, el primero de ellos de este origen, Manuel Álvarez Zamora, al mes y una semana de haber tomado protesta, y luego le siguió José Silverio Núñez, quien también cayó a manos de los reaccionarios en Guadalajara y después su sucesor, Miguel Contreras Medellín que no sobrevivió a las balas conservadoras.

Hay que apuntar que la base de esas afirmaciones la toman de un escrito del Ayuntamiento de Colima fechado en enero de 1857, en el que este aduciendo razones presupuestarias se niega a cooperar con la iglesia para celebrar al Patrono Felipe de Jesús; texto y acción que lleva a deducir que el Gobierno local ya percibía lo que se veía venir con la inminente aprobación de la Constitución liberal y tomaban distancia del clero católico, acto que anuló cualquier posibilidad de que el primer gobernador hubiera participado en las cabalgatas, pues para empezar, como se ve, ese año ya no hubo festejo y al gobernante lo mataron el 26 de agosto, por lo que el siguiente y varios años después tampoco y menos en la entonces Villa de Almoloyan, cuando sus pobladores no eran ni cinco mil y en el resto del Estado vivían sesenta y cinco mil cien personas, la mayoría en la capital.

Por otro lado el festejo se vino a popularizar a mediados de los años cincuentas del siglo pasado, antes solo participaban en él las familias pudientes, los hacendados y la clase política que eran lo mismo y que eran quienes ofrecían ganado y comida y para quienes en la Petatera se pusieron los primeros petates como techo y fueron ellos, dependiendo de su afición, los que posibilitaron los primeros jaripeos públicos que antes eran en sus ranchos, y a partir de 1947 las primeras corridas en aquel coso de petates que gracias a Severo Urzúa, Felipe Ahumada y el Loro, empezó a tomar forma en febrero de 1944, no antes.