CULTURALIA

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EL PORFIRIATO Y LA REVOLUCIÓN EN COLIMA

Por: Noé Guerra Pimentel

Durante los primeros veinte años transcurridos desde la proclamación de Colima como estado libre y soberano en 1857, ningún gobernador había ejercido por completo su periodo legal ya que los asesinaban: Manuel Álvarez, José Silverio Núñez y Miguel Contreras Medellín; llegaban tarde, sólo para terminar lo que le faltaba al antecesor o no podían iniciar su mandato en la fecha legal y, si lo asumían, sujetos a la ley no alcanzaban a agotarlo. Tiempos difíciles de zozobra social y política en el que por la titularidad del Poder Ejecutivo del naciente Estado de la federación ocurrieron una veintena de personajes.

Desde 1880, en cambio, la sucesión de los gobiernos se dio con regularidad hasta el madruguete que le dieron al gobernador Gildardo Gómez, entre Porfirio Díaz y Francisco Santa Cruz. Era la hora del porfiriato. El centro -esdecir, Porfirio- disponía y dispuso. Una tarde, así nomás, al oscurecer llegó “chicas corvas”, como apodaban a Santa Cruz, a la puerta de la casa de su “amigo”, excolaborador, exdiscípulo y hasta ese momento socio y compadre, Gildardo Gómez, solo para entregarle un sobre lacrado con el sello del águila abierta, era del Presidente. Sin mediar palabra, Gómez dio la media vuelta, se metió a su casa y al rato un propio a nombre de él, entregó otro sobre en la oficialía de partes del Congreso en la planta baja de Palacio de Gobierno.

Al amanecer Francisco Santa Cruz era el gobernador. A Santa Cruz le obsesionaba el poder (¿A quién no?). No contento con haber repetido de gobernador en 1880, quiso una vez más y lo logró ayudado por Manuel Romero Rubio “suegro incómodo” del presidente, retomándolo en 1893 y dejando con un palmo de narices al buen gobernador que era Gómez. Por lo menos, entre una y otra fecha, corrieron 13 años de equilibrio, aunque no dejó de haber alteraciones en la vida económica y social. Únicamente la muerte, puntual, pudo bajar al “coronel –de facto-“ Santa Cruz, al que agónico y para morir en Colima lo trajeron de su hacienda en Cuyutlán. Era 1902.

Nueve años también ejercería el mando su sucesor, Enrique O. de la Madrid, y lo hubiera seguido ejerciendo de no haber renunciado cuando los “circunstanciales maderistas” anunciaron su llegada a Colima, a mediados de mayo de 1911. La historia política de esa época estuvo caracterizada, además, por una conciencia de la crisis que la población percibía, padecía y denunciaba, y cuyas causas, entre otras, fueron: la situación de la hacienda pública, el alto costo de las obras del ferrocarril y su paralización y la fiebre amarilla. Calmados los tiempos en Colima nada importante se hubiera registrado de no ser el ascenso a la gubernatura de De la Madrid, un joven de 40 años, en un país regido por ancianos encabezados por Díaz desde la Presidencia, la visita de éste en 1908 y, en 1909, el llamado Crimen de los Tepames.

Fue ese hecho –titulado así por Emilio Rodríguez Iglesia, en su novela histórica-, el pretexto de la oligarquía local desplazada como el propio Gildardo Gómez, J. Trinidad Alamillo, Gregorio Álvarez, Salvador Ochoa, J. Trinidad Padilla Velásquez, Luis Brizuela, Ignacio Gamiochipi, Miguel García Topete y Manuel R. Álvarez Córdoba, que habían sido marginados por Francisco Santa Cruz, Ángel Martínez, Blas Ruiz, Enrique O. de la Madrid, Carlos Meillón y Darío Pizano, el jefe policiaco y ejecutor de los Suárez Orozco, Marciano y Bartolo, protagonistas de El Crimen de los Tepames y a quienes según se les aplicó la Ley Fuga, ensañándose luego con sus cadáveres.

Hecho que aprovechó Alamillo para a través de sus periódicos y los de algunos de sus colegas publicitarlo por el país, al grado que deterioró la imagen del grupo en el poder encabezado por De la Madrid. Lo que pasó aquí, como en muchas otras partes del país, fue una lucha entre los poderosos aprovechando la revuelta maderista que en esta entidad empezara a concebirse desde la visita de Francisco I. Madero del 27 al 30 de diciembre de 1909, cuando varios “afectados” fueron a saludarlo para ofrecerle su adhesión en conclaves realizados en el Cosmopolita, hotel propiedad de los Campuzano Guerra -ubicado en la esquina poniente de las hoy Madero y Ocampo-. Entre los que se presentaron ante Madero iban Sixto y Arcadio de la Vega, Eugenio Aviña, Luis G. Gaitán, Salvador Ruvalcaba y Manuel F. Ochoa.

En menos de tres horas la plaza de Colima fue entregada a los maderistas. No hubo un solo disparo la noche del 17-18 de mayo de 1911, casi seis meses después de que Madero incitara públicamente al levantamiento armado. La intrusión maderista fue protagonizada por gente de la sierra caliente y costa michoacana. Colima no tuvo caudillos lo que tuvo fueron oportunistas. Los pocos de aquí, pragmáticos -hacendados, empresarios y comerciantes camuflados de maderistas- financiaron a los Michoacanos encabezados por su paisano –de Chacalapa- Eugenio Aviña.

Los aquí prósperos comerciantes que habían empezado a establecerse a mitad del siglo XIX, principalmente en Colima y provenientes de diferentes puntos de Europa, como los Brun, Le Harievel y Levy que llegaron de Francia, los Oldenbourg de Inglaterra y los los Shulte, Pirch y Vogel de Alemania; entre otros que a su vez habían llegado de España, como los Bataller o Stoll de Noruega, los Gerzi de Italia y hasta Árabes, todos venían de paso, pero en su mayoría aquí encontraron lo que la Europa del siglo XIX, habían perdido y quienes con norteamericanos como los Staden, Barlow, Neill y Wilbur, aquí pidieron garantías sobre sus bienes y haciendas. Eran los mismos que ya familiarizados con los antes enunciados se habían constituido en la oligarquía local, en los dueños explotando todos los giros desde la agricultura, ganadería, industria, agroindustrias y las salinas, hasta el transporte y las exportaciones, ello con la complicidad y el disimulo gubernamental acaparando los productos o estableciendo precios ventajosos, a la vez que en exclusiva accedían y usaban los cargos políticos solo para su beneficio, para crecer sus fortunas, poder e influencia. Todo lo anterior desde hace más de un siglo, lo que según motivó la llamada Revolución que por lo menos acá en Colima efectivamente cambió todo para que todo siguiera igual.